El tiempo está caprichoso. Descendiendo, penduleando escaleras abajo, la bolsa deja de carraspear cuando la vieja se detiene y grita a través de la ventana: el tiempo está caprichoso. El Beco dos Loios baja hacia Baixa, las piedras del suelo se desencajan solas, la ventana se abre y unos pantalones se lanzan al vacío, el tendal los salva de la caída. El musgo se ennegrece en el momento en que una pareja de japoneses levanta la vista hacia el rosetón de la catedral, enseñan los dientes, empujan un carrito de bebé en Cruzes da Sé, el niño está enterrado entre mantas y sonajeros. A su lado, frente a la Igreja de Santo António, se extiende sobre los dientes de los adoquines el dominio de un vendedor: pinturas y mosaicos de azulejo con paisajes de Lisboa, el tiempo está caprichoso: Emilia me dice que tiene un tatuaje en el hombro, muy pequeño, casi no le dolió. Pasamos por un edificio, está abandonado y amenaza con derrumbarse. Se pueden oír las piquetas y los taladros, harían falta un millón de chinos para restaurar todos los edificios de Lisboa. Ahora sale el sol, se oye una hormigonera centrifugando los pequeños guijarros del cemento, Emilia me enseña dos letras chinas sobre su omoplato, dice que quiere hacerse otro tatuaje más grande en el brazo pero aún no sabe qué. Comienza a llover y nos pegamos a la pared, se cruza un tranvía y los turistas nos miran como a dos jirafas en el zoo, ¿auténticos portugueses?, se preguntan, y seguimos bajando y acariciamos los escaparates de botellas de oporto, mantillas de macramé, pollos muertos, huevos Kindle, estampas de madera. Emilia continúa a pie hacia su casa, yo llego pronto a la mía y Alex, después de saludarme en la cocina, me lee la letra que está componiendo para su nuevo disco. El tiempo está caprichoso, el sol se cuece sobre el Tajo, pero llueve, aun a duras penas, Alex sigue leyéndome sus letras y habla de tiempos modernos, dice que las leyes que regían antes a la persona ya no son exactamente individuales, sino universales, lo relaciona con la singularidad espaciotemporal, pero habla de matemáticas, creo que yo también voy a hacerme un tatuaje, quizá un número, o una fórmula matemática, el último teorema de Fermat, aunque ya no es el último teorema, a Fermat ya no le quedan teoremas indescifrables. Alex dice que el álbum va a ser como una síntesis de la forma en que él ve la vida, quiere hacer metafísica, o física, no le entiendo muy bien pero está salteando verduras con ajo y la cocina huele a gloria. Afuera el tiempo se resiste, todo está muy caprichoso. Me quedo un rato más con Alex.
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